lunes, 6 de julio de 2015

Papeles

Papeles. Este relato va sobre el cambio de papeles en un grupo de amigos durante el paso del tiempo. Un narrador externo deficiente nos describe tres quedadas de tres amigos para fumar hierba y cómo han ido cambiando entre una quedada y la siguiente. Espero que os guste. 
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La primera vez que quedaron era viernes. No era la primera vez que quedaban, aunque sí para lo que iban a hacer. Habían acabado el instituto e iban a fumar hierba. Al año siguiente cada uno estudiaría en una universidad, en una ciudad. Iban los tres: Aurelio, Juanma y Berto. Berto se había encargado de comprar la hierba. Se establecieron en las afueras del pueblo, en un olivar.
−Nos hemos alejado mucho, − dijo Aurelio, frunciendo el entrecejo. − ¿Y si pasa algo?
−No va a pasar nada, no es la primera vez que vengo, − apuntó Berto, que estaba sacando la hierba, el picador, el papel de liar y el tabaco de la mochila. –Tranquilo. Si venimos aquí es porque aquí no viene la policía.
−Venga, pongámonos a ello, − Juanma abrió una lata de cerveza que había sacado de su mochila. – Estoy impaciente. ¿Queréis cerveza?
Juanma dio una cerveza a cada uno de sus amigos. Aurelio la abrió, pero Berto esperó.  El mismo Berto cogió hierba y la picó con el picador, girando hacia la izquierda y después hacia la derecha. Cuando la hierba estuvo picada, la mezcló con el tabaco. Había partido el cigarro por un poco más de la mitad y había guardado el filtro para después. Una vez mezclados la hierba y el tabaco, los puso sobre el papel. Empezó a darle forma de cilindro, y colocó el filtro del cigarro en un extremo. Pasó la lengua por la parte del papel que es adhesiva y lo pegó. Después, sacó una llave de su bolsillo y empujó la mezcla de hierba y tabaco a través del orificio que estaba abierto, el contrario al que tenía el filtro. Cuando estaba bien prensado, dobló el papel sobrante para que la mezcla no se saliera y le dio la vuelta al porro. Para acabar, sacó la esponja que trae el filtro del cigarro y la sustituyó por un trozo de cartón enrollado.
−Aquí está, un perfecto porro made by el tito Berto. – Sacó un mechero y lo encendió. Los tres amigos se miraron en silencio mientras Berto aguantaba el humo en los pulmones. – Guau, – dijo, cuando lo soltó, y abrió su lata de cerveza.
− ¿Está rico? – Juanma abrió su segunda cerveza.
−Mucho, – Berto ya había dado tres caladas. – Toma, –dijo, tendiéndoselo a Juanma.
−Yo mucho no voy a fumar, –apuntó Aurelio. Se frotaba las manos y miraba en todas direcciones.
−Tranquilo, Aurelio, no va a venir nadie. – Berto se tumbó en el suelo. – Déjate llevar y fuma lo que te parezca, no te vaya a dar un amarillo.
−Esta es la mejor hierba que he probado nunca, –dijo Juanma, que acababa de dar su primera calada. – ¿A quién se la has pillado?
− ¿La mejor? Querrás decir la única, –preguntó Aurelio, que dio un nuevo sorbo a su cerveza. La estaba bebiendo a sorbos pequeños y rápidos.
−No es la primera vez que fumo hierba, Aurelio.  –Juanma dio su última calada y le pasó el porro. – Venga, Berto, levántate, que es Aurelio va a dar su primera calada.
Aurelio dio su primera calada. Arrugó la cara y se lo pasó a Berto. Berto y Juanma rieron.
−Ya no quiero más. No sé cómo os gusta esto. – Aurelio volvió a beber de su cerveza.
Pasó la tarde y la hierba se acabó. Juanma estaba tirado en el suelo, riendo. Berto había ido a un árbol a orinar. Aurelio se miraba las manos con la boca abierta.
− ¿Qué haces, Aurelio? –Preguntó Berto, cuando hubo vuelto de orinar.
−Mis manos. Son fantásticas. Lo acabo de descubrir, –contestó su amigo.
−A ti lo que te pasa es que te ha entrado la paranoia, –dijo Berto, carcajeando.
− ¿Te gusta esta sensación, Aurelio? –Preguntó Juanma, desde el suelo y riendo.
−La verdad es que sí. De hecho, me encanta. –Aurelio empezó a reír.
Los tres amigos volvieron a casa, riendo. Aquella había sido la primera vez que quedaron para fumar hierba.
La segunda vez que quedaron era sábado. Habían pasado tres años. Esta vez la hierba la trajo Aurelio, y las cervezas Berto. Esta vez no fueron al olivar, sino que fueron a la orilla de un río cercano, en el coche de Juanma.
− ¿Cómo es que ahora compras hierba, Aurelio? – Preguntó Juanma, nada más llegar.
− ¿Qué pasa? ¿Es malo? – Contestó su amigo.
−No, que va, es solo que me ha sorprendido. ¿Lo haces a menudo? –Berto había ido a orinar a la orilla.
−No, sólo compro una vez a la semana, o así. ¿Tú qué? Nos ha costado mucho quedar desde la última vez.
− Bien, tío. Este año acabaré la ingeniería, o eso quiero. ¿Tú qué? – Berto había vuelto de orinar y había sacado las cervezas. Aurelio estaba terminando de liarse el porro.
−Bueno, ya sabes. Perdí la beca y como mis padres no pueden costearme la carrera, aquí estoy, trabajando en los olivos. ¿Y tú qué, Berto?
− ¿Yo? –Dijo Berto, tras abrir la cerveza. – Yo bien, trabajo en un bar por las noches y estudio diseño gráfico por las mañanas. ¿Vas a tardar mucho más con eso?
− No, no, ya acabo, –dijo Aurelio, cambiando la esponjilla del filtro por un cartón enrollado. – ¿Y novias qué? Porque desde que estoy en el pueblo no hay manera de ligar.
−Ya sabes, –contestó Berto. –En la vida del estudiante, un día una y otro día otra. –Los tres amigos rieron. Berto sacó un folio en blanco de su mochila y la dobló y la cortó para convertirlo en un cuadrado de papel.
−Pues yo estoy conociendo a una chica, – apuntó Juanma. Se ruborizó. –Estudia enfermería y toca la guitarra.
− ¿Pero está buena? –Preguntó Berto. Estaba doblando el cuadrado de papel, creando una equis de dobleces. 
−Mucho, –dijo Juanma, y dio un largo sorbo a su cerveza.
Berto volteó el papel y lo dobló para crear un signo más de dobleces. Después, dobló el cuadrado de papel consiguiendo que desde el centro del mismo salieran cuatro rombos iguales. A continuación dobló las esquinas laterales hacia el centro, las marcó y las desdobló. Hizo lo mismo con la punta superior, que era donde se encontraba el centro del cuadrado de papel. Luego tomó la punta inferior y la llevó hasta arriba formando un diamante y marcó los pliegues. Le dio la vuelta e hizo lo mismo con el lado contrario. Después volvió a doblar las puntas laterales hacia el centro, volteó e hizo lo mismo en el otro lado. A continuación dobló ambas puntas inferiores hacia arriba y dobló una de las puntas hacia abajo. Para acabar dobló las otras puntas, las que no había doblado, hacia abajo.
− ¿Qué haces? – Preguntó Juanma a su amigo.
−Es una grulla. Oriami. ¿Te gusta?
− ¿Estás haciendo pajaritos de papel? ¿Qué estás en tercero de primaria? – Preguntó Aurelio, y se rió.
−Se dice papiroflexia u origami, no pajaritos de papel, –dijo Berto. –Y que sepas que no es solo de niños de primaria. Justo nos han enseñado a hacerlas para un ejercicio que tenemos que hacer. Dice nuestro profesor que está demostrado que proporciona estímulo físico y mental, que ayuda a desarrollar la coordinación y la concentración. Por lo visto se utiliza mucho el origami en cosas terapéuticas, como terapias artísticas y rehabilitaciones de lesiones en las manos. Ah, y creo que también dijo que cuando te da un derrame cerebral es muy bueno hacerlo. Yo lo encuentro muy relajante. Ya sé hacer muchas cosas: la grulla, la pajarita, la rana, –comentó.
−Sí, pues cuando estábamos en el colegio es lo típico que hacíamos siempre, –dijo Aurelio, que había dejado de reírse y se estaba haciendo un nuevo porro.
−Ya, porque es bueno para los niños para desarrollar la concentración, pero no es solo cosa de niños.
−A mí me gusta, –dijo Juanma, que acababa de volver de orinar. – Lo que pasa es que como soy tan impaciente, nunca me sale nada, –se rió, y Berto se rió con él.
−Yo te enseñaré, –acabó diciendo Berto.
Aquella tarde Aurelio fue el que más fumó. Berto contó viejas batallitas de los tres amigos y Juanma puso música en el coche. Aquella fue la segunda vez que quedaron para fumar hierba.
La tercera vez que quedaron para fumar hierba era domingo. Había pasado un año. Aurelio volvió a llevar la hierba, y Berto la cerveza. Juanma puso el coche y trajo una amiga con él.
− ¿Quién es? –Preguntó Aurelio a Berto.
−Por lo visto es Sonia, su novia, –contestó Berto. –No sabía que la iba a traer.
− No me hace nada de gracia que la traiga, –apuntó Aurelio. –Esto es una quedada de amigos, no una quedada de amigos y novia.
Cuando llegaron al río, Aurelio se puso a liar el primer porro. Berto se quedó con él, bebiendo cerveza. Juanma y su novia fueron a dar una vuelta por el campo. Cuando se hubo liado el porro y fumado su parte, Aurelio se lo pasó a Berto.
−Esta hierba está deliciosa, –apuntó Berto. – ¿De quién es?
−Mía, ¿de quién iba a ser? –contestó Aurelio, alzando la voz.
−No sabía que plantabas, –dijo Berto, dando otra calada. – Está genial. Por cierto, te has quedado muy delgado, ¿no crees?
−Que va, como lo mismo de siempre, –contestó Aurelio,  y dio un sorbo a la cerveza. – Esta cerveza es nueva.
−Sí, –dijo Berto. – La compré en una tienda de cervezas artesanales de la ciudad. ¿Te gusta?
−Está rica.
Aquél porro se lo fumaron ellos dos solos. Cuando Juanma y su novia volvieron, ya se habían liado el segundo y se estaban bebiendo la tercera cerveza.
− ¿Te gusta el campo? –Preguntó Berto a Sonia.
− Sí, es bonito, –contestó ella, y se ruborizó.
Cuando el turno del porro le llegó a Juanma, este dio una calada menos de las que tenían estipuladas y se lo pasó a Sonia. Miró a sus amigos alzando las cejas.
−Yo nunca he fumado, –dijo ella, en un tono de voz bajo.
−Adelante, no te va a pasar nada, –dijo Aurelio, y se rió.  Ella miró a Juanma, que le tendió una mano abierta.
−Adelante, si no te gusta no pasa nada, pero quiero que lo pruebes, –dijo Juanma, y Sonia fumó. Tosió. – ¿Te ha gustado?
−Sí, en realidad sí, –dijo ella, y se rió. Dio otras dos caladas.
Aurelio miró a Juanma con el ceño fruncido, y éste le guiñó un ojo. Cuando el porro estaba acabado, Juanma fue a orinar, y Aurelio le acompañó.
−Oye, vale que te traigas a tu novia, pero respeta los turnos de fumar, –dijo, y le dio una palmada en la espalda a su amigo.
−Perdona, solo quería ver su reacción. Además, el porro de antes os lo habéis fumado entre Berto y tú solos, –contestó Juanma. Se subió la bragueta y volvieron a donde estaban Berto y Sonia.
−Es verdad, pero para el próximo dile que respete los turnos y el número de caladas.
−Vale, –dijo Juanma.
Cuando se acabó la hierba, los tres amigos, y Sonia, no paraban de reír. Juanma y Berto empezaron a correr por la orilla del río persiguiéndose mientras Aurelio hacía fotos con su móvil. Sonia estaba tirada en el suelo, riendo.
Berto y Juanma pararon de perseguirse y volvieron al grupo. Berto abrió la última cerveza y Juanma se sentó junto a Sonia. Estaba dormida.
−Miradla, se ha dormido. Hasta durmiendo es guapísima, –dijo Juanma a sus amigos.
−Juanma, ¿te has fijado bien? –preguntó Berto. – ¿No le ves mala cara?
−Está un poco pálida, pero no pasa nada, ¿no? – Juanma intentó despertar a su novia. No lo consiguió. La zarandeó con fuerza. –Joder, –gritó. – ¿Qué le pasa? ¿Qué hacemos ahora?
−Tranquilo, –dijo Aurelio, separando a Juanma de su novia. – Le ha dado un Simpson.
− ¿Qué es que te dé un Simpson? –Preguntó Juanma. Aurelio se rió.
−Un amarillo, ya sabes, –contestó Aurelio. – Es cuando se te va de las manos el ciego de hierba. No pasa nada, déjala descansar y ya se le pasará. A lo mejor vomita, pero no es malo.
Se quedaron allí. Berto sacó un par de folios y enseñó a Juanma a hacer pajaritas de papel. A las dos horas, Sonia despertó y vomitó y volvió a dormirse.
−Ya podemos volver, –dijo Aurelio. 

-FIN-



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