Al
principio de las cosas, la fuerza fue considerada como un sinónimo de vigor,
robustez y capacidad para mover algo o a alguien que opone resistencia;
después, se le añadió a ésta la acepción de aplicación del poder físico o
moral. Aunque también se dijo de la fuerza que era la capacidad para soportar
un peso o resistir un empuje, la virtud y eficacia natural que las cosas tienen
en sí, el acto de obligar a alguien a que asienta a algo o a que lo haga, el
estado más vigoroso de algo como la juventud, el amor o la vida, el acto de
forzar, la causa capaz de modificar el estado de reposo o de movimiento de un
cuerpo, o de deformarlo, la resistencia, y, además, la gente de guerra y demás
aprestos militares. Y sí, podríamos creernos cualquiera de estas acepciones,
significados, explicaciones. Pero yo he visto la fuerza de verdad y no es
ninguna de éstas.
La
fuerza se materializó en sus manos en forma de callos por las horas de lucha
con la fregona. La fuerza se hizo presente en su espalda doblándola por luchar
a diario. La fuerza apareció en su cabeza en forma de migraña, precio a pagar
por trabajar veinticuatro horas diarias siete días a la semana. La fuerza se
deshizo de su juventud y de su alegría de vivir, la fuerza se apoderó de sus
amistades, de los cafés al sol y de los bailes en las casetas de feria.
La
fuerza, en verdad, y siendo ésta la única acepción verdadera, o que yo aceptaré
como verdadera desde hoy en adelante, no es otra cosa que el precio a pagar por
las cosas. El precio a pagar por los sueños, el precio a pagar por los errores,
el precio a pagar por el amor. Y su fuerza fueron sus hijos, mis hermanas y yo.
Porque,
para ella, qué más daban los callos en las manos, el dolor de cabeza y las
innumerables contracturas en la espalda, si, al volver a casa, veía sus sueños
hechos realidad. Tres niños, fuertes, sonrientes, que esperaban ansiosos a su
madre, vigorosos, valientes y, sobre todo, fuertes. La fuerza es hereditaria.
Ella la heredó de su madre y, a su vez, se la transmitió a sus hijos. Mi abuela
era fuerte, mi madre es fuerte, yo seré fuerte.
Mamá,
¿por qué haces esto?, le pregunto, a sabiendas que no es rentable una vida
deslomada como la que ella lleva, porque es un hecho que unos años no va a
poder mover su cuerpo y su cabeza va a estar tan cansada que ni recordar
mejores días podrá. Y ella, como siempre, sonríe, me mira, y me dice que si
lucha es por nosotros, por su sueño. Y su sueño no es otro que vernos a
nosotros tres felices, haciendo de nuestros sueños una realidad y que su
ejemplo nos guíe en la dirección correcta. Y lo consigue.
Mi
madre es fuerte para que yo sea fuerte, y yo soy fuerte porque ella me ha hecho
fuerte y porque merece que lo sea.
-FIN-