Sino.
«Siente
cómo el aire
entra
en tus pulmones y sale
rozando
tus labios.»
No
es para nada fácil.
«Estás
delante de una puerta
¿de
qué color es?
¿de
qué material está hecha?
¿qué
tamaño tiene?»
Verde,
de madera maciza,
es
grande, enorme, tiene grabados,
parece
de una mezquita.
«Ahora
siente una llave,
está
en tu bolsillo derecho.
Es
pequeña». No lo es.
«Es
ligera». No lo es.
Me
cuesta levantarla,
llevarla
hasta la cerradura.
«Se
abre la puerta, ¿qué ves?»
Allí
estabas tú. «Ahora intenta
leer
el mensaje. Esto es un ejercicio
para
dar un cambio a tu vida.»
Hola,
sé que no hemos hablado
en
toda nuestra vida, pero hay
algo
que quiero que sepas:
te
echo de menos desde antes
incluso
de verte por vez primera.
Sí,
claro, sé que no es recíproco,
tan
solo necesitaba que lo supieras.
Has
sido muy amable, por favor
no
cierres de un portazo.
Es
lunes y al abrir los ojos,
la
puerta está cerrada,
lo
sé porque no la veo;
tampoco
siento la llave.
La
oscuridad me acompaña,
como
siempre, ruidosa,
eléctrica,
y siempre lo hará,
sin
que lo haya decidido yo.
«Poco
a poco volvemos a la realidad.»
Y
ahí está: mi sino, que
haga
lo que haga, no cambia.
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