lunes, 15 de junio de 2015

El gran Gatsby

Decía Ernest Hemingway en su París era una fiesta de Scott Fitzgerald: Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus alas vulnerada y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo. Después de esta descripción, Hemingway nos relata cómo Fitzgerald le presentó su “El gran Gatsby” y lo impresionado que quedó al leerlo.






¿Qué os quiero decir con esta introducción? Pues es sencillo: que una figura del nivel de Hemingway hablara como hablaba de Scott Fitzgerald no es mera coincidencia. Los grandes talentos se saben reconocer, y recomendar. Si quieres una buena recomendación, busca a alguien que sepa del tema, o mejor, búscate a un artista del tema.

Comencé a leer El gran Gatsby casi por casualidad. Llevaba tiempo en mi lista de lecturas futuras y, hace así como una semana, decidí que le había llegado el momento. Quizás fueron las circunstancias, pues acababa de leer una novela de Saul Bellow que no me había agradado lo más mínimo, o también puede que fueran las alabanzas sobrenaturales casi que había escuchado y leído sobre la obra lo que predispusieron a saborear cada letra del texto. Quizás fueran las circunstancias, como digo, pero me atrevo a decir que no, que fue el arte narrativo de Fítzgerald lo que consiguió que, desde el primer párrafo, considerara que una obra así está al alcance de muy pocos.

«− ¿No dijiste que un mal conductor sólo está seguro hasta que se encuentra con otro mal conductor? Bueno, pues yo me encontré con otro mal conductor, ¿no? Quiero decir que, si me equivoqué tanto, fue por mi propio descuido. Creía que serías una persona bastante honesta y sincera. Creía que ése era tu orgullo secreto.
−Tengo treinta años –dije−. He rebasado en cinco años la edad de mentirme a mí mismo y llamarle a eso honor.»
Diálogos como éste se entrelazan con unas descripciones rebosantes de detalles estilísticos y locuras de significado que hacen que la descripción de un mueble, o un coche, o una fiesta puedan entrar en nuestra mente tal y como él quiere que lo hagan, como si pudiéramos verlo, oírlo y olerlo a la vez, y todo esto a través de palabras.

Y qué personajes, memorables. Qué manera de retratar la situación social neoyorkina de los años 20 a través de cuatro o cinco personajes que personifican a la perfección lo que en aquella época reinaba en las reuniones de sociedad. Carraway, bobalicón como el típico niño de pueblo que va a la ciudad. Daisy, bella y delicada, presa de un sentimiento tan fuerte y unas cargas tan pesadas que ni su saber estar puede a veces acallar los miedos que le gritan desde dentro de sí. Tom, triunfador, nadie le ha dicho nunca que no a nada y así le va. Y Gatsby, sobre todo Gatsby. El poder de los sueños, la fuerza de la pasión que desde siempre, sobre todo en literatura, ha hecho que los hombres sean capaces de hazañas hercúleas. Gatsby es el protagonista, el hombre que se hizo a sí mismo y que intenta echar de su vida aquél que un día fue y que a través de trabajo enterró.

Tampoco quiero que quienes no hayáis leído el libro sepáis qué pasa, simplemente intento convenceos de que El gran Gatsby es una obra maestra. Si eres un lector habitual de clásicos y literatura de alto nivel (que se llama), disfrutarás de cada uno de los párrafos, de cada una de las frases, de cada palabra. Si eres un lector de folletín (pese a lo despectivo del calificativo, no creáis que un lector de folletín es algo malo, de hecho yo mismo lo soy), disfrutarás de la trama y los personajes, y te deleitarás con algunos de los pasajes. Y, si no eres lector, no pasa nada, pues Scott (ya me atrevo a llamarle por su nombre de pila, ya que tras este análisis puedo decir, orgulloso, que es parte de mi lista de amigos literarios que, conozca algún día o no, ya me han marcado) no utilizó un lenguaje barroco y gongorino en su narración, sino que optó por un lenguaje llano, con alguna palabra fuera del vocabulario natural de una persona del siglo XXI, pero que con ayuda de un diccionario enriquecerá ese abanico de posibilidades al hablar, escribir y/o pensar. Y casi que se agradece, pues yo soy de los que prefieren un lenguaje llano y básico que me ayude a entender las frases con una única lectura que un enfrascado lenguaje lleno de florituras y destellos de cincel que hagan que necesite revisar palabra por palabra para ver si conozco alguna.


Por tanto, querido lector, amigo, como quieras llamarme, te insto a que leas esta obra maestra y que la disfrutes como yo. Si he conseguido llamar tu atención y hacer que quieras leerla, dímelo o, mejor, espérate a terminar el libro y escríbeme para decirme si te ha gustado o no. Gracias por tu atención, compañero (o compañera, eso último solo ha sido un guiño a la coletilla que Gatsby añadía a todas sus conversaciones). 

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