Decía
Ernest Hemingway en su París era una
fiesta de Scott Fitzgerald: Su
talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de
mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no se
entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o
estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus alas vulnerada y de cómo estaban
hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor
al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin
esfuerzo. Después de esta descripción, Hemingway nos relata cómo
Fitzgerald le presentó su “El gran Gatsby”
y lo impresionado que quedó al leerlo.
¿Qué
os quiero decir con esta introducción? Pues es sencillo: que una figura del nivel
de Hemingway hablara como hablaba de Scott Fitzgerald no es mera coincidencia.
Los grandes talentos se saben reconocer, y recomendar. Si quieres una buena
recomendación, busca a alguien que sepa del tema, o mejor, búscate a un artista
del tema.
Comencé
a leer El gran Gatsby casi por
casualidad. Llevaba tiempo en mi lista de lecturas futuras y, hace así como una
semana, decidí que le había llegado el momento. Quizás fueron las
circunstancias, pues acababa de leer una novela de Saul Bellow que no me había
agradado lo más mínimo, o también puede que fueran las alabanzas sobrenaturales
casi que había escuchado y leído sobre la obra lo que predispusieron a saborear
cada letra del texto. Quizás fueran las circunstancias, como digo, pero me
atrevo a decir que no, que fue el arte narrativo de Fítzgerald lo que consiguió
que, desde el primer párrafo, considerara que una obra así está al alcance de
muy pocos.
«− ¿No dijiste que un mal conductor
sólo está seguro hasta que se encuentra con otro mal conductor? Bueno, pues yo
me encontré con otro mal conductor, ¿no? Quiero decir que, si me equivoqué
tanto, fue por mi propio descuido. Creía que serías una persona bastante
honesta y sincera. Creía que ése era tu orgullo secreto.
−Tengo treinta años –dije−. He
rebasado en cinco años la edad de mentirme a mí mismo y llamarle a eso honor.»
Diálogos
como éste se entrelazan con unas descripciones rebosantes de detalles
estilísticos y locuras de significado que hacen que la descripción de un
mueble, o un coche, o una fiesta puedan entrar en nuestra mente tal y como él
quiere que lo hagan, como si pudiéramos verlo, oírlo y olerlo a la vez, y todo
esto a través de palabras.
Y
qué personajes, memorables. Qué manera de retratar la situación social
neoyorkina de los años 20 a través de cuatro o cinco personajes que
personifican a la perfección lo que en aquella época reinaba en las reuniones
de sociedad. Carraway, bobalicón como el típico niño de pueblo que va a la
ciudad. Daisy, bella y delicada, presa de un sentimiento tan fuerte y unas
cargas tan pesadas que ni su saber estar puede a veces acallar los miedos que
le gritan desde dentro de sí. Tom, triunfador, nadie le ha dicho nunca que no a
nada y así le va. Y Gatsby, sobre todo Gatsby. El poder de los sueños, la
fuerza de la pasión que desde siempre, sobre todo en literatura, ha hecho que
los hombres sean capaces de hazañas hercúleas. Gatsby es el protagonista, el
hombre que se hizo a sí mismo y que intenta echar de su vida aquél que un día
fue y que a través de trabajo enterró.
Tampoco
quiero que quienes no hayáis leído el libro sepáis qué pasa, simplemente intento
convenceos de que El gran Gatsby es
una obra maestra. Si eres un lector habitual de clásicos y literatura de alto
nivel (que se llama), disfrutarás de cada uno de los párrafos, de cada una de
las frases, de cada palabra. Si eres un lector de folletín (pese a lo
despectivo del calificativo, no creáis que un lector de folletín es algo malo,
de hecho yo mismo lo soy), disfrutarás de la trama y los personajes, y te
deleitarás con algunos de los pasajes. Y, si no eres lector, no pasa nada, pues
Scott (ya me atrevo a llamarle por su nombre de pila, ya que tras este análisis
puedo decir, orgulloso, que es parte de mi lista de amigos literarios que,
conozca algún día o no, ya me han marcado) no utilizó un lenguaje barroco y
gongorino en su narración, sino que optó por un lenguaje llano, con alguna
palabra fuera del vocabulario natural de una persona del siglo XXI, pero que
con ayuda de un diccionario enriquecerá ese abanico de posibilidades al hablar,
escribir y/o pensar. Y casi que se agradece, pues yo soy de los que prefieren
un lenguaje llano y básico que me ayude a entender las frases con una única
lectura que un enfrascado lenguaje lleno de florituras y destellos de cincel
que hagan que necesite revisar palabra por palabra para ver si conozco alguna.
Por
tanto, querido lector, amigo, como quieras llamarme, te insto a que leas esta
obra maestra y que la disfrutes como yo. Si he conseguido llamar tu atención y
hacer que quieras leerla, dímelo o, mejor, espérate a terminar el libro y
escríbeme para decirme si te ha gustado o no. Gracias por tu atención,
compañero (o compañera, eso último solo ha sido un guiño a la coletilla que
Gatsby añadía a todas sus conversaciones).

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