jueves, 20 de agosto de 2015

La amiga de Claudia Dorado

Buenas tardes a todo el mundo. Hoy publico "La amiga de Claudia Dorado", un relato que trabajé para el Máster sobre un determinado tipo de narrador. Estoy hasta arriba de trabajo y no puedo escribir relatos nuevos, por lo que tiro de hemeroteca. Espero que os guste. Un saludo :)
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− Parece muy pequeña para ti, Julián – dijo Lorena, sacando el paquete de tabaco.
Estaban en una hamburguesería de moda con unos compañeros de la facultad. Julián había visto a una chica que le había embelesado por completo. Según él, se había enamorado al instante, pero Lorena pensaba que simplemente era la típica atracción que de vez en cuando nos da de manera fuerte y que algunos denominan “amor a primera vista”. Fuera lo que fuese, Julián desde que había visto a la chica no dejaba de mirarla sin parar.
La chica era bastante mona, rubia, de un metro setenta y cinco más o menos de estatura, delgada como una modelo de pasarela y con una cara que hacía pensar a Lorena que era de familia bien. Su pelo, que lo llevaba en un moño mal arreglado y que tenía un color rubio impropio de la naturaleza, denotaba que más pronto que tarde iba a hacer una visita a la peluquería. Lorena llevaba  una trenza bajo el gorro de estilo peruano, ya que a ella no le importaba mucho el aspecto físico. Aunque parecía que a Julián sí que le importaba.
−Parece, solo eso. Yo creo que al menos 18 años tiene – apuntó Julián, encendiendo el cigarrillo. No estaba acostumbrado a fumar, pero Lorena le mal influenciaba y estaba consiguiendo engancharlo. Tosió con la primera calada. –Además, mírala. Está hecha para mí. Es la mujer perfecta.
− Perfecta, perfecta…− Lorena dudaba que esa chica fuera la mujer perfecta, sobre todo para Julián. Julián era un aprendiz de escritor bohemio que prefería ahorrar para hacerse un tatuaje que gastarse el poco dinero que tenía en la peluquería. De hecho lo pelaba su madre cuando iba al pueblo. – Está raquítica, y parece demasiado pija para ti, ¿no crees?
−Siempre he pensado que debería casarme con una pija, una pija rubia con un gran abrigo de pelos de esos – visón quiso decirle su amiga, pero se mordió la boca. – Además, soy un escritor medio pobre, necesitaré un mecenas, y si el mecenas es chica y es tan sumamente guapa como esa, pues mejor.
−Los tíos estáis siempre igual –rió Lorena. El cigarro se estaba consumiendo, pero prefería quedarse allí fuera charlando con Julián al frío de la noche que entrar otra vez al bullicioso local en el que el olor predominante era el del sudor de las personas que había allí. – De verdad que es muy chica para ti. Tú lo que tienes que hacer es buscarte una de tu edad y punto.
−Es que las de mi edad están ya muy descogidas− puntualizó Julián. Le encantaba el adjetivo “descogida”, que era muy propio de su abuela. De hecho había sido su abuela la que le había aconsejado que no escogiera una mujer muy descogida para pasar la vida junto a él.
− ¿Qué quieres decir con eso, que todas las tías somos unas guarras? – Lorena estaba realmente ofendida.
− No, para nada. Pero no sé. Es que mírala, ahí, con esa sonrisa inocente, con esa forma de mirar el mundo. – Lorena adoraba cuando Julián se ponía en plan poeta, y eso que él odiaba la poesía. – Es como si aún no hubiera perdido la fe en la humanidad. ¿Sabes lo que te digo? Yo creo que todas las personas del mundo llegamos a un punto en nuestra vida en que dejamos de creer en lo maravilloso que nos venden el mundo. Es como que te pasa algo y al día siguiente eres otra persona, más madura y más desengañada. Es un punto de inflexión, un trauma.
−Y eso es lo que te gusta de ella. ¿Acaso quieres ser tú ese punto de inflexión del que hablas para ella?
−No, por supuesto, pero al no haber llegado a ese punto de su vida, aún tiene esa aura de inocencia, de vulnerabilidad que tienen las princesas en los cuentos. Siempre he creído que en lugar de una mujer, para ser feliz debía buscar una princesa.
−Ah, − dijo Lorena, con un tono sarcástico. – Como en las canciones de reggaetón, ¿no? Los que cantan esas canciones siempre están pensando en las princesas y lo que quieren hacer con ellas – contuvo una carcajada, aunque sin mucho éxito.
−Te estoy hablando en serio, Lorena. Es misteriosa, es frágil, es todo lo que busco en una chica. Quiero que cuando llegue a casa del trabajo que tenga en el futuro, que espero tener uno, ella esté allí, esperando para sentarse conmigo en el sofá, abrazarme y dormirse en mi regazo mientras oímos llover y nos calentamos con la chimenea.
−Joder, Julián, no sabía que los  escritores estuvierais tan mal de la cabeza. Tú lo que necesitas es echar un polvo y cuanto antes mejor. – Volvió a sacar el paquete de tabaco, Julián le estaba poniendo de los nervios.
−Mal de la cabeza no, es simplemente que pensamos diferente. Bueno, no sé si todos los escritores piensan así, igual no. Pero yo pienso así. Anda, dame un piti y cambiemos de tema.
No habían terminado de encenderse los cigarrillos cuando la puerta de la hamburguesería se abrió y salió una anciana vagabunda. Julián no se había dado cuenta, pero allí afuera había habido un carrito de la compra con cartones y trapos viejos todo el tiempo que ellos llevaban fuera. También tenía dos perritos, sucios y temblorosos que miraban con esa cara que pone siempre tu mascota cuando necesita comer.
Lorena siempre había sido muy empática con las personas que viven en la calle y prefiere no verlas y ahorrarse el sufrimiento que eso le produce. Pero no puede evitarlo y abre su cartera. Ella tampoco es que esté genial de dinero, pero sabe que esa mujer lo necesita más que ella y le tiende un billete pequeño.
− ¿Te importa que te de esto? – Ya había tenido malas experiencias con algunas personas en la misma situación que le habían soltado grescas del estilo de “métete tu dinero por donde te quepa” o “yo no necesito limosnas”, y por eso siempre preguntaba antes.
− Claro que no, bonita – la anciana sonrió, de no tener tantos problemas habría sido una mujer muy guapa, o eso pensó Lorena. Julián miró la escena a dos metros de distancia. – Siempre es agradable encontrarse gente tan amable en el mundo. Gracias.
− ¿Podemos hacer algo más por ti? – preguntó Lorena, agarrando del brazo a Julián y acercándolo a la señora. – Si quiere podemos sacarle algo de comer, o no sé, lo que usted quiera.
−La verdad es que llevo mucho tiempo sin fumarme un cigarro, − dijo la anciana, mirando el cigarro que se estaba acabando Julián.
−Tenga uno. – Julián le tendió uno de su paquete. No le gustaba aquella situación porque le hacía sentir mal y él había salido a tomar algo con su clase para pasar un buen rato. – Yo soy Julián y ella es Lorena. ¿Cuál es su nombre?
− Margarita. Sois muy guapos los dos, ¿sois novios?
− No, que va, − se apresuró a contestar Julián. Lorena era su mejor amiga y no tenía intención ninguna de que pasara nada entre ellos. – A mí me gusta la chica esa que hay ahí dentro, − dijo, señalándola con el dedo a través del cristal de la hamburguesería.  
− Sí, Margarita, le gusta la niñata esa. ¿Tú te crees? –Lorena estaba bastante ofendida. Vale que no tuvieran nada, pero Julián había sido muy cortante. Y a ella no le ganaba nadie a eso de ser borde. – Vaya, que no hay tías de su edad, se tiene que fijar en una de vete a saber tú cuántos años. Seguro que no ha acabado ni la Educación Secundaria.
− Me parece muy guapa, − dijo Margarita, que notó la tensión que se había creado. – Será mejor que me vaya, se me hace tarde y mi madre me gritará cuando llegue a casa. – Empezó a carcajearse ella sola. Los dos amigos la miraron boquiabiertos. − ¿Qué pasa, he dicho algo malo?
− No, − dijo Lorena. – Es solo… ¿Cómo puede alguien en su situación bromear? Si yo me viera así… No quiero ofenderle, perdone.
− No, no, bonita, sigue.
− Es que si yo me viera en su situación tendría ganas de todo menos de bromear. – Julián asentía con la cabeza, dando a entender que estaba de acuerdo con lo que decía su amiga.
− A veces, lo único que me hace levantarme de la cama de princesa en la que duermo es el humor, querida. No hay nada que genere más energía en este mundo que una risa contagiosa.
− Tiene razón, pero, no sé, es raro, − apuntó Julián. – ¿Qué podemos hacer para que se ría? Supongo que así haremos algo por usted y nos sentiremos mejor con nosotros mismos.
− Ya me estoy riendo mucho con vosotros, gracias. Ahora me toca a mí ayudaros a vosotros. ¿Qué puedo hacer por vosotros? –Los tres contertulios se quedaron pensativos un momento, pero fue la misma Margarita la que encontró la solución. –Ya sé, te aconsejaré sobre el tema de la chica esta.
− Vale, − apuntilló Julián. Siempre le gustaba escuchar más de una opinión antes de hacer algo.
− Yo creo que si te gusta, lo menos que puedes hacer es preguntarle. Aunque su nombre, o su edad si ves que ese puede ser un problema.
− Sí, claro, y ya de paso que le pregunte si quiere casarse con él. –Lorena estaba teniendo un absurdo ataque de celos que ni ella entendía. Se encendió otro cigarro.
− Es buena idea, pero…− dejó la frase entrecortada y se sonrojó. – Me da un poco de vergüenza.
− ¿Vergüenza? Pero si tú eso ni sabes lo que significa, − dijo tajante Lorena.
− Lorena, es que tú conoces una faceta mía que no es la habitual. En el fondo soy un tío bastante vergonzoso, de hecho soy muy vergonzoso.
− Vaya tela, cabeza de chorlito. – Lorena le llamaba así cuando él dejaba de ser el chico seguro y autosuficiente que solía ser y mostraba una cara más sombría e inocente. − ¿Entonces qué vas a hacer?
− ¿Y si tú, Lorena, como amiga suya que eres, mediante una treta consigues averiguar su edad? – sugirió Margarita, que llevaba un rato callada y que ya había acabado el cigarro que le había dado Julián.
− ¿Y cómo voy a hacer yo eso? – Lorena sabía mil formas de hacerlo, pero no le apetecía.
− ¿Y si haces como aquél día en clase que te aburrías y querías saber si Pedro Pelopincho tenía novia? – Julián había dado con la solución más sencilla y Lorena lo odió por haber hecho eso.
Aquél día, en clase, Lorena estaba bastante cansada del repetitivo temario de la asignatura de teatro actual que estaban recibiendo y decidió llevar a cabo una de sus fechorías favoritas para entretenerse. Solo tuvo que encontrar una presa, y Pedro Pelopincho (no era, obviamente, su verdadero apellido, pero todos le llamaban así) estaba sentado a su lado. Al otro lado estaba Julián, por supuesto. Siempre se sentaban juntos. Chistó a Julián y le explicó el plan. Le iba a preguntar a Pedro Pelopincho si su novia era Claudia Dorado, de la Facultad de Derecho. Ninguno de los dos conocían a ninguna Claudia Dorado de Derecho, y se rieron del plan.
Obviamente Pedro Pelopincho tampoco conocía a Claudia Dorado de Derecho, ni tenía novia, pero Julián y Lorena estuvieron el resto de la mañana carcajeándose cada vez que recordaban la anécdota.
Y ahora Julián quería que Lorena repitiera la jugada con la rubia repelente esa. Que mamón, pensó Lorena.
− Joder, vale. No había caído en esa estratagema, −y se rió entre dientes.
Puesto que Margarita no sabía de qué iba el asunto, Julián se lo estuvo explicando mientras Lorena diseñaba perfectamente el plan. La chica se había levantado y estaba poniéndose el abrigo de visón para salir a la calle. Sus amigas también.
Cuando la chica salió de la hamburguesería, Lorena se acercó sin miramientos, y con cara de sorprendida, le preguntó:
− Perdona, tu eres amiga de Claudia Dorado, ¿verdad?
− Sí, claro, es mi amiga desde chica. − La cara de estupor que pusieron Julián y Margarita fue para enmarcarla.
− ¿La que estudia en Derecho? – Volvió a atacar Lorena.
− Sí, sí, la misma. –Aquello no podía ser cierto. Lorena no sabía qué más iba a decir.
− Ah, es que me pareció haberte visto en sus fotos. ¿Estás en su clase? –Aquella conversación estaba tomando unos derroteros que no le gustaba para nada.
− No, que va, yo estoy en la Facultad de Comunicación. Estudio Periodismo.  – Pues sí que era mayor de edad, pensó Lorena, maldita sea.
− ¡Ah, qué bien! Mi amigo Julián y yo estudiamos allí también. – Lorena hizo un gesto a Julián, que se acercó. – Yo soy Lorena y él Julián. ¿Tu nombre es?
− Carlota. Perdonad, pero es que me están esperando mis amigas. Nos vemos por la facultad. Un placer conoceros. – Y con un saludo con la mano, se fue.
El corazón de Julián latía a toda velocidad, y el de Lorena casi estaba parado. Margarita miraba la escena muerta de risa.
− Nunca había visto algo tan gracioso en mi vida. Gracias chicos. Pero, ¿Quién es Claudia Dorado?
− No lo sabemos, ese es el problema, − contestó Julián. Cuando la tal Claudia Dorado reciba noticias de su amiga diciéndole que unos conocidos suyos le habían preguntado por ella se iba a liar una muy gorda. – Pero bueno, encantado, Claudia, seas quien seas. – Miró al cielo cuando dijo eso.
− Será mejor que entremos, ya están nuestras hamburguesas en la mesa. – Lorena parecía malhumorada de repente, como si hubiera pasado algo que a Julián se le escapaba de las manos.
− Sí, volved con vuestros amigos. De verdad, ha sido un rato muy agradable. – Margarita colocó las cosas de su carrito de la compra y se dio media vuelta. – Ahora telefonearé a Ambrosio, mi mayordomo, para que me prepare una ducha caliente para cuando llegue a casa y tenga caliente la chimenea.
Margarita se fue, y los dos amigos volvieron dentro. Julián agarró a Lorena del brazo, como hacen los abuelitos que pasean por el parque, y Lorena volvió a sonreír.

-FIN-

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