Madame Bovary es una de las mejores novelas escritas no solo en el siglo XIX, sino en la historia de la literatura. Es por esto que todos los eruditos del tema la recomiendan con fervor, considerándola casi básica en la biblioteca de cualquiera que se considere lector. O eso afirma Vargas Llosa: «Entre
el puñado de libros extraordinarios del siglo XIX que han enriquecido el género
de la novela como nunca antes ni después, figura, en un lugar principalísimo, Madame Bovary.»
El
mismo Vargas Llosa escribe el prólogo de esta edición de la editorial Siruela
que llegó a mis manos el pasado verano y que, por hache o por be, aún no había
leído. Hasta ahora, y eso que, en dos semanas, la vida de Enma Bovary se ha
convertido en una prioridad en la mía. Ya en el primer párrafo, un lector de
mayor o menor nivel puede ver, sin dificultades, que Flaubert escribió una obra
de arte al alcance de muy pocos. En este primer párrafo, se presenta a un
narrador que es compañero de clase de Charles Bovary y que, pese a no volver a
aparecer durante el resto de la obra de forma física, asume el rol de narrador
de una forma impecable, con una personalidad típica de los más grandes
contadores de historias.
Enma,
criada por su padre, el señor Rouault, sueña con una vida de lujos y aventuras
típica de las novelas románticas que gusta de leer, pero su esposo, Charles, es
un médico aburrido que no se entusiasma con ninguna idea preconcebida. Punto
clave de la historia es el baile en casa del marqués de Vaubyessard, donde
experimenta de primera mano esa vida de la élite social que anhela con tanto
ímpetu. La vuelta a casa y, con ello, a su realidad, hace que Enma caiga
enferma y que Charles decida que lo mejor es cambiar de aires, llevándose
consigo a su esposa hasta Yonville-l’Abbaye. Enma concibe a su pequeña hija y
conoce a León, joven pasante del que cae enamorada pero cuyo amor es imposible
a todas luces, concluyendo con la marcha del muchacho a París para seguir con
sus estudios. Y entonces aparece Rodolphe, que se convierte en el primer amante
de Enma Bovary. Me gusta parar aquí a destacar el brillante capítulo de la
feria de Yonville, en la cual Rodolphe y Enma comienzan sus conversaciones y el
caballeroso hombre muestra sin tapujos sus sentimientos a la dama.
Ya
no cuento más, que sería espoiler y sé que a la mayoría no os gusta. El amor,
la lujuria y el deseo de volar de una jaula tan pequeña como es un pueblo, hacen
que Enma tome decisiones no del todo acertadas y que, sin querer, dañe a un
esposo que la ama aunque no pueda cumplir todas sus expectativas. La locura se
apodera de la joven que ya no busca otra cosa que huir del matrimonio y esto la
lleva a cometer actos deleznables para una dama de su posición y su época. Sus
deudas con el señor Lhereux para cumplir con los deseos de Rodolphe primero y
de León después la llevan a la ruina, tanto económica como social y, para
finalizar con todo, Enma toma el camino cobarde y se quita la vida tomando
veneno de la farmacia del señor Homais.
Sí,
os he contado el final, pero es que tenía que hacerlo. La maestría de Flaubert
hace que lo que podría ser una novela normal de una adúltera normal se
convirtiera en una obra al alcance de muy pocos escritores. Además, el francés
consigue que cualquier tipo de público disfrute de su libro: tanto apasionados
de las novelas románticas hasta los amantes de la alta literatura.
Con
unos personajes memorables, con un estilo desenfadado y compresor, Gustave se
coronó con Madame Bovary. «Para
muchos, Madame Bovary inaugura la
novela moderna y sienta las bases de la gran revolución narrativa que
protagonizarían años más tarde un Marcel Proust, un James Joyce, una Virginia
Woolf, un Franz Kafka y un Thomas Mann.», dice Vargas Llosa en el precioso
prólogo que dedica a esta edición de la novela.
Y
ahora me toca a mí deciros si deberíais leer esta novela o no. Si os gustan las
novelas románticas, sí. Si os apasiona la perfección de las palabras y las
frases confeccionadas al detalle, también. Flauvert decidió que cada frase de
su novela fuera única e inigualable, que leerla en voz alta configurara una
canción, y es por esto que esta novela brilla de una forma tan autónoma. Yo sí
recomiendo su lectura, y de hecho este ejemplar se viene conmigo a un lugar
especial: mi estantería.
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