Buenos días a todos. Ya iba siendo hora de escribir algo, sí. Hoy no estoy especialmente orgulloso de lo que os traigo, la verdad, pero es un texto que viene perfecto hoy. "Miércoles Santo en Baena", un relatito en el que intento contaros a través de tres personajes cómo se ve la Semana Santa de mi pueblo, obviando un poco lo más llamativo de la misma, que son los tambores y los judíos. Espero que os guste y que os entre el gusanillo de conocer un poco más una de mis fiestas favoritas. Podéis saber más de la misma en este blog (pese a que la tipografía no sea muy de mi agrado): http://baenapasion.blogspot.com.es/
Foto de: Manuel Priego Rodríguez
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La
túnica blanca picaba y a la vez asaba a Karen, que se imaginaba a sí misma
dando vueltas en un horno gigantesco. No sabía cómo, pero allí se encontraba:
en la iglesia de San Francisco de Baena, vestida con una túnica blanca, un
fajín morado y un gorro a juego a través del cual seguramente no vería nada;
iba a ejercer, pese a sus constantes negativas, de hermana de andas de Jesús
del Huerto.
−No
sé cómo me has liado al final, Bea.
Karen
había conocido a Bea ese mismo año, en la facultad de Economía de Granada,
donde estudiaban ambas. Karen se definió a sí misma como antirreligiosa,
antitradiciones, antiamor, antitodo prácticamente, y Bea se desternilló de risa
ante aquella chica que, aparte de todo lo que acababa de decirle, parecía
totalmente normal, como ella. Bea y Karen entablaron amistad y, como el novio
de toda la vida de Karen acababa de dejarla y en su pueblo natal la Semana
Santa era un mero trámite, Bea la invitó a Baena, su pueblo, donde podría
conocer su cultura y, a la vez, olvidarse un poco de Manolo, su ex.
−Sabes
que no te arrepentirás, verás luego en el cuartel qué cantidad de alcohol−,
sentenció Bea, la mejor amiga de Karen desde que ésta empezó la carrera en
Granada y la culpable de que ella estuviera allí. –Yo ya llevo un par de años
aquí, y la verdad es que es muy gratificante llevar al santo, pero mucho más es
lo que viene después. –Karen siguió a su amiga por entre el gentío que abarrotaba
la iglesia, que antaño fue un convento franciscano decorada con múltiples
frescos en las paredes. La salida de Jesús del Huerto estaba próxima y ni
siquiera sabía cuál de entre todas aquellas imágenes era. –Sabes, Karen, me
alegra mucho que estés aquí hoy, pese a que no seas religiosa. Ya sabes que yo
tampoco soy religiosa, pero esto es otra cosa. –Llegaron a los pies de Jesús
del Huerto, vestido con su túnica morada
y adornada en oro, sus dedos cruzados, su ángel frente a sí y que había
sido restaurado recientemente según le había comentado Bea, y adornado con
claveles amarillos.
Habían
llegado a Baena el viernes anterior, el denominado Viernes de Dolores, y desde
ese día no habían dejado de beber grandes cantidades de alcohol en ningún
momento. Karen estaba encantada de poder beber y beber, pues, según ella, no
había en el mundo mejor medicina que una buena cantidad de cerveza. Bea, en las
horas de sobriedad, le había enseñado el pueblo, que resultaba bastante grande
y con un casco histórico muy llamativo: casas pequeñas, blancas, en calles
estrechas y silenciosas, todas con vistas a campos de olivos. Habían hecho ruta
por las principales iglesias del pueblo, que estaban, teniendo en cuenta la
fecha, abarrotadas. «En Baena, la población se triplica casi cada Semana Santa.
Es de un gran interés turístico», le había dicho Bea. Karen sabía que Bea no
era para nada religiosa, y se sorprendió al descubrir que participaba de la
Semana Santa de su pueblo. «Ya lo entenderás», le dijo, «porque el Miércoles
Santo te vienes conmigo».
−Los
claveles amarillos siempre nos han dado mala suerte−, dijo una voz a su
espalda, proveniente de una mole de casi dos metros de alto por dos de ancho y
tapado con el gorro de la hermandad. –Las otras veces que hemos ido de amarillo
siempre ha llovido.
−No
seas tonto, Gonzalo−, dijo Bea. –Esta es mi amiga Karen, viene de Granada y hoy
es una hermana del Huerto más. –Karen le dio dos besos, cuando el tal Gonzalo
se descubrió la cara, en la poblada barba que caracterizaba una faz redonda y
rechoncha. – ¿No ves−, continuó cuando ya se había formalizado la presentación,
dirigiéndose a Gonzalo−, que hoy el sol está radiante?
−Lo
veo, lo veo, pero hay amenazas de lluvia, y yo no me fio−, sentenció él.
−Karen,
Gonzalo lleva muchos años en la hermandad y está muy comprometido con ella. Es
de los que cuando llega al cuartel no prueba la cerveza.
−Yo
estoy muy perdida en estos aspectos−, dijo Karen, nerviosa. La túnica le picaba
y estaba sudando. Desde luego, ese Miércoles Santo no tenía pinta de lluvioso.
−Mira,
Karen, la hermandad de Nuestro Padre Jesús del Huerto es la más antigua de
Baena, y por eso los hermanos llevan esos trajes tan peculiares, porque eran
los que se llevaban en aquella época. Son los popularmente conocidos como
“trajecillos blancos”.−La chica miró en la dirección que el dedo de Gonzalo
señalaba, y donde se encontraban esos llamativos trajes que él mencionaba. Una
llamativa chaqueta blanca, acompañada de una falda de difícil descripción y una
especie de gorro de la misma guisa. A Karen le hizo gracia aquel atuendo.−Es
una hermandad mítica y tradicional, que siempre ha llevado a su imagen en
ruedas pero que hace unos doce años decidió pasar a las andas. Yo ya llevo aquí
cinco años, nada en comparación con la mayoría, pero cada día que pasa estoy
más orgulloso de mi hermandad.
Bea
no estaba pendiente a la conversación porque estaba hablando con uno de
aquellos “trajecillos blancos”. Cuando se volvió, contó a Gonzalo y Karen que
la procesión se había aplazado media hora por amenaza de lluvia.
−Pero
si el cielo está estupendo−, dijo Gonzalo, mirando en dirección a la puerta.
−No,
Gonzalo, está gris. Se ha encapotado en cuestión de minutos. Voy a hablar con
el cuadrillero a ver qué se va a hacer.
−Vale−,
dijo el chico. –Vente conmigo, Karen, te voy a hablar de la Semana Santa de
Baena.
Karen
acompañó a Gonzalo hasta la puerta de la iglesia, y se dieron la vuelta. La
chica se rió imaginando el día a día de Gonzalo y pensando en él vestido como
los típicos niños bien, con camisa, jersey, pantalones de pinzas y náuticos.
Odiaba aquellos zapatos y todo el mundo los llevaba, incluso Bea.
−Mira
a tu derecha−, dijo él.−A partir de aquí, todas las imágenes que hay en fila
son las que salen hoy. La primera es San Diego. San Diego no participó en la
pasión de Cristo, ¿sabes? Pero es una tradición franciscana y se ha respetado.
Sale el primero el Miércoles Santo, después de la centuria romana, que se
conoce como Los Mohinos. Después vamos nosotros, que somos los titulares de la
cofradía, o sea, lo más importantes. Detrás de nosotros va el Cristo de los
Azotes, que es éste que hay detrás de San Diego. Sus hermanos se hacen llamar
los “berenjenos” por su túnica morada, y van tocando esos tambores del mismo
color. ¿Ves?−, dijo, señalando a dos figuras que había por detrás del Cristo−,
esos son los azotantes, que si no recuerdo mal salieron por primera vez en
2009. Y, después, va Jesús de la Ventana, una de las imágenes que más me
gustan. De hecho, cada año esta hermandad crece y sus dos acompañantes son
espectaculares. Como imagen me gusta mucho más que el Cristo de los Azotes,
para qué engañarnos. Y, para acabar, tenemos a la Virgen de los Dolores, que
cierra la cofradía de hoy. Además, claro de los judíos, pero de eso seguro que
ya has oído hablar.
−Sí,
el padre y el hermano de Bea son judíos, ya me lo han explicado todo al
respecto−, dijo Karen, riendo. La figura del judío de Baena le parecía un poco
confusa, con un conjunto de ropa bizarro, un casco estrafalario con un plumero
y crines de caballo colgando. Eran graciosos a su parecer. «No te rías de los
judíos», le había dicho el padre de Bea, «son la figura más característica de
la Semana Santa de Baena». «En este pueblo, o te encantan los judíos o los
odias», le había dicho la propia Bea, «yo los odio, sin más». Karen no los
odiaba pero tampoco los amaba; quizás, se dijo, sería porque acababa de
conocerlos.
−Bien,
bueno. Aquí está la Virgen de los Dolores, que para mí es la más bonita de cara
de las vírgenes de Baena. Y con ella se acaba la procesión de hoy miércoles.
−Pero,
¿y los que hay a la izquierda?
−Esas
son las imágenes del Viernes Santo por la mañana, pero aún no están preparadas
por respeto a nuestra cofradía. Mañana empezará su preparación. Yo salgo de una
de esas hermandades, otra de las más míticas y bonitas de Baena: San Juan del
Viernes Santo por la mañana, cuyos hermanos se denominan “Pimientos Morrones” y
tocamos un tambor como el de los “berenjenos”, pero rojo.
−
Berenjenos, pimientos morrones…−La chica carcajeó.
−Sí,
las hermandades de tambor todas tienen un nombre. Los del Jueves Santo son los
Cebolletas; los del Viernes Santo por la noche, los Enlutados; y los del
Domingo de Resurrección son los Pitufos. Nombres populares, ya sabes.−Él
también carcajeó.
Karen
pensó en que quizás le gustaba Gonzalo, pese a su apariencia ruda y su amor por
la iglesia y todo lo que representaba. Era simpático, agradable e inspiraba
seguridad. Además, su voz era elocuente, y Karen se derretía por una voz así.
−También
salgo de la hermandad de la Virgen de la Soledad, del Viernes Santo por la
noche.
−Entonces
sales de muchas hermandades−, apuntilló ella.
−Sí,
pero aquí en Baena es muy normal. Otra hermandad que me apasiona es Jesús del
Prendimiento, del Jueves Santo, pero no puedo costearme una hermandad más.
−Ya
imagino. Eres un auténtico capillita, ¿no? Bea no es tan así.
−Bueno,
Bea sale más por aparentar, postureo que se llama hoy en día. Como ella está la
mayoría de gente de este pueblo, para qué engañarnos. Hermanos de pasión hay
pocos hoy en día, y yo soy uno de ellos pese a no considerarme religioso.
−
¿Cómo es eso posible? –Los chicos habían entrado a un patio que había a través
de una puerta de la iglesia, para ver si la amenaza de lluvia seguía adelante.
Era un patio grande, cuadrado y al que daban muchas puertas de diferentes
tamaños. En el centro había una bonita fuente cuyas aguas daban una agradable
sensación de tranquilidad.
−Bueno,
para mí la Semana Santa no es algo religioso−, continuó Gonzalo−. Es
contradictorio, lo sé, pero es así. Mira, en mi familia siempre ha habido fe y
tradición de Semana Santa. Soy hermano de San Juan porque mi padre lo es,
porque mi abuelo lo fue, y antes lo fue su padre, y su abuelo y así desde que
la hermandad nació. Pero con Jesús del Huerto me pasó algo diferente. Me apunté
porque quería saber qué se siente al llevar a hombros un Santo. San Juan es una
hermandad muy grande y es complicado conseguir llevarlo, así que probé aquí.
Sentir a Jesús del Huerto encima de mí fue una sensación tan gratificante, que
sabía que no dejaría esta hermandad nunca. Y ya llevo cinco años. Pero no creo
que rezando vaya a conseguir mis
objetivos en la vida o que por ir a misa vaya a ir al cielo en lugar del
infierno. No creo que sea incompatible no creer en Dios con sí creer en la
Semana Santa.
−Es
la primera vez que escucho algo así.
−Supongo
que es complicado de entender−, el chico parecía avergonzado−. Pero yo lo
entiendo bien y supongo que hay más personas que piensan como yo.
Gonzalo
y Karen siguieron hablando de la Semana Santa de Baena, y cada vez le parecía
más interesante a ella. Ya había dejado de imaginárselo vestido de pijo y ahora
lo veía más de traje, con unas gafas de ejecutivo; Karen sabía que era bastante
contradictorio que a alguien como ella le gustasen los tíos así, pero la
realidad es que le pirraban. Estuvo a punto de preguntarle si estaba soltero o
si tenía novia, pero se contuvo. ¿Cuánto tiempo hacía que no coqueteaba con un
hombre? Quizás no había sido tan descabellado dejarse liar por Bea para salir
en aquella hermandad.
−Chicos,
venga, que ya salimos−, les gritó Bea, agitando la mano desde la puerta del
patio.
Sin
darse cuenta casi, Karen tenía la cara tapada y estaba detrás de Bea en el
varal derecho de Jesús del Huerto. Antes se había maravillado con la imagen,
con la bonita cara de Jesús y la elegancia que desprendía con la túnica morada,
y se descubrió emocionada por lo que iba a hacer. ¿Quién se lo iba a decir a
ella?
−Cuando
de en la campana, ya sabéis: primero lo cogemos, después nos levantamos y, al
tercer golpe, andamos. Primero el pie derecho y después el pie izquierdo−, dijo
una voz en grito. Justo después se escuchó la primera campanada, y Karen se
agachó y colocó su hombro debajo del varal. Se escuchó la segunda campanada y
Karen se levantó con el resto de compañeros: ya tenía a Jesús del Huerto a
cuestas. Pesaba, pero no tanto como ella pensaba. Tercera campanada. –Vamos,
pie derecho.−Karen estuvo a punto de trastabillarse, pero consiguió amoldarse
al ritmo del grupo.
Ya
estaba, lo estaba haciendo. Llevaba una imagen de Semana Santa a su espalda,
con lo que ella lo había criticado. Quizás era porque en su pueblo la tradición
no estaba tan arraigada como allí. Algo que se escapaba a su entendimiento la
había contagiado del ambiente de Baena en Semana Santa.
Una
campana les avisó de que parasen. Estaban en la puerta de la iglesia, y una
mujer, a través de una ventana justo en frente de la misma, estaba cantando una
saeta.
−Hasta
la saeta me está gustando−, susurró al oído de Bea.
−Sabía
que no te arrepentirías, y así seguro que te olvidas de Manolo.
−Sí,
Bea, me está encantando esta experiencia. Gracias. Y Manolo… digamos que ya
está más que olvidado. Tu amigo Gonzalo…
−
¡No me digas que te gusta Gonzalo! –El alarido de Bea casi se escucha en toda
la iglesia.
−Ssshhh…
no lo digas tan alto. ¿Qué pasa, tiene novia o algo?
−Gonzalo
es gay, Karen. ¿No te has dado cuenta? –Bea carcajeó bajo el gorro de la
hermandad.
−Pues
no, no me había dado cuenta. –Con la cara tapada, Bea no pudo ver que Karen se
había sonrojado.−Pero, ¿puede participar en estos tipos de actos siendo gay?
−Sí,
claro que puede, no seas así−, increpó Bea a su amiga.
−No,
si lo digo porque como es un acto de la iglesia y ya sabes cómo son con esas
cosas…
−Desde
hace años se respeta, lo que pasa es que no pueden ejercer cargos como, por
ejemplo, cuadrillero, o formar parte de la junta directiva de la hermandad.
Cosas así.
−Pues
es una putada.
−Ya.
−Es
guapo−, sentenció Karen, pero lo hizo bajito para que su amiga no lo escuchara.
Sonó
otra campanada. La saeta había acabado. Sonó otra campanada y después otra.
Empezaron a andar otra vez. Cuando hubieron andado unos doscientos metros,
Karen estaba cansada a la vez que muy motivada, pero vio cómo el suelo empezaba
mancharse por partes, algo que solo podía provocar la lluvia.
−Vamos
vamos, cuando os diga nos damos la vuelta−, dijo la voz que había organizado lo
de las campanadas, el capataz según le había explicado Bea−. Se ha acabado
esto, chicos, volvemos a casa.
Cuando
llegaron a la iglesia y soltaron a Jesús del Huerto en el lugar del que lo
habían cogido y Karen se quitó el gorro, descubrió que tenía las mejillas
mojadas y pensó que el rímel se le habría corrido por las lágrimas.
-FIN-
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