Con el lunes llegó el silencio, y no un silencio
cualquiera, sino un silencio esperanzador. Se callaron las metrallas, los
gritos reprimidos y los llantos ahogados de cuantos hubieron de sufrir aquél
ataque. Bajo un manto de estrellas, descansaba el horror de la guerra, al fin,
esperando un nuevo día.
El nuevo día traería nuevas caras, llenas de alegría
y honestidad frente al horror que incluso los verdugos de la verdad traían
dibujado en sus faces. Días de espanto daban pie a días de reconstrucción, y no
solo de la civilización, sino también de una forma de vida. Aquel nuevo día
también traía consigo nuevos valores, nuevas metas, nuevas ganas.