lunes, 29 de octubre de 2018

Ordesa, de Manuel Vilas.

 Llevo 45 minutos delante del ordenador, con la hoja de Word en blanco, intentar encontrar la forma de empezar a hablar de Ordesa, de Manuel Vilas. Y es que este libro tiene tanto que es imposible ponerle un punto de partida. Primero me lo recomendó la persona con la sensibilidad más bonita que conozco y, dos días después, lo hizo mi poetisa favorita. No podría ser casualidad y, por tanto, Ordesa se metió de lleno en mi lista de deseos.

No os voy a mentir: ni siquiera leí la sinopsis antes de empezar el libro. La recomendación que me habían hecho era tan feroz que no podía permitirme más estímulos antes de la propia experiencia. Los autores noveles siempre buscamos empezar las historias con una frase tan contundente que se pueda rememorar siempre, como hizo Nabokov en Lolita, García Márquez en Cien años de soledad y otros miles de ejemplos que se os puedan ocurrir; Ordesa comienza así: «ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas». Casi nada.

Antonio Muñoz Molina describe Ordesa de la siguiente manera: «es el álbum, el archivo, la memoria sin mentira ni consuelo de una vida, de un tiempo, de una familia, de una clase social condenada al mucho esfuerzo y al fruto escaso. […] Hace falta mucha precisión para contar estas cosas, hace falta el ácido, el cuchillo afilado, el alfiler exacto que pincha el globo de la vanidad. Lo que queda al final es la limpia emoción de la verdad y el desconsuelo de todo lo perdido.»

Manuel Vilas hace un ejercicio de memoria, desde el dolor más atroz, y nos regala una novela íntima, sobrecogedora, desgarradora en muchas partes. El tiempo que le he dedicado a leerla se ha alargado porque, por momentos, tenía que parar del daño que me hacía al mimetizarme con sus vivencias y hacerlas mías. Con capítulos que se podrían dar como ejemplos de prosa poética en las clases de literatura, como es el caso del capítulo 28, con una serie de poemas destructores al final, a modo de epílogo, y con frases de una sinceridad bruta, Ordesa es, sin duda, EL LIBRO -con mayúsculas- de 2018.

Ordesa representa una ola de literatura que me gusta muchísimo: autores consagrados, con un buen nombre en la literatura -que no necesariamente en las ventas- y que, llegados a un punto, deciden expiar todo el dolor que la vida les ha causado a través de una novela. Lo hizo Antonio Muñoz Molina en Como la sombra que se va, y lo ha hecho Manuel Vilas en Ordesa. Lo mejor de esta modalidad es que el autor se desnuda sin buscar nada: escribe para sí mismo, para limpiar su alma de toda la culpabilidad, de todas las desventuras, de todo el dolor que la ha azotado. Me aventuro a decir que esta vertiente literaria va a ir en crescendo y que, llegados a un punto, los grandes autores se verán casi obligados por la historia a escribir sobre el dolor propio para terminar la obra que empezaría, probablemente, desde la experiencia personal, pues, como ya os habré comentado anteriormente, prácticamente todos los escritores del mundo comienzan a escribir basándose en su experiencia personal. Yo, por si acaso, ya me guardo frases, pensamientos, locuras en una libreta y, si llega el día, escribiré mi propia Ordesa.

Gracias, Manuel Vilas, por regalarte a nosotros a través de tus letras, por hacer de tu vida el mejor libro del año para muchos y, sobre todo, por llenarnos el alma.

Y, para acabar, os dejo un fragmento de lo que dijo Juan José Millas en El País a propósito de Ordesa: «todo esto era para decir que, además de los mencionados, hay libros salvajes, como la lubina del Cantábrico, pura plata brillando al sol que te duele cuando la pescas. Libros que lees boqueando, como si acabaran de sacarte de la atmósfera, o que te arrastran a las profundidades del océano. Libros como Ordesa,de Manuel Vilas, al que Dios confunda por rompernos el alma.»



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