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martes, 23 de octubre de 2018

La ventisca que se llevó un andamio.


El ocaso de la semana me pilla aquí,
viendo cómo el cielo se cae tras la ventana,
tecleando palabras que no ayudan a nadie,
trabajando con resaca.
Mientras, mis ojos se fijan en la otra esquina,
donde alguien teclea, como yo,
de tal forma que no puedo dejar de mirarle;
me acuerdo de aquel mensaje.
Mi cuerpo me pide abandonarme a la comodidad,
mi mente vuela hacia aquellos ojos,
¿dónde estás? me pregunto,
la respuesta es que no aquí.
Un relámpago me devuelve tu cara,
una canción tu silencio y el suyo;
sueño que no puedo alcanzar nada,
despierto y puedo levantarme.
Mientras le veo mirar por la ventana,
cómo la ventisca sacude la ciudad,
yo le pienso y te pienso a ti también:
maldito mensaje que cuatro años atrás,
puso inicio a mi final.


sábado, 4 de febrero de 2017

De que las casualidades no existen

Llevo un par de noches soñando con Inglaterra, con Dog&Partridge y con todas las personas que pasaron por mi vida en aquella época. Me vi a mí, vestido con mi camiseta del Chelsea, entrando en la recepción, donde David, mi antiguo jefe, se reía de mí mientras él vestía su camiseta del Liverpool; después me acompañó a la cocina, pero me hizo esperarme en el pasillo, donde teníamos los cubiertos, el frigorífico de los postres y los carritos del desayuno, y él entró en la cocina diciendo que había un cliente muy especial aquella noche que quería conocer al jefe de cocina, Andriyan. Mi amigo Andriyan. Entré en la cocina y nos abrazamos y me arrepentí de haber dejado aquel lugar. Pero al final solamente había sido un sueño.

domingo, 22 de enero de 2017

Primeros pasos en la nieve.

Al final, como con el amor, para vivir hay, a veces, que saltar desde un trampolín desconociendo qué hay debajo, sin mirar lo que haya pasado anteriormente y confiando en que quienes te han acompañado antes del salto lo harán durante todo el recorrido. Mi salto, como ya sabéis, fue venirme a Sofía y obvio que tuve miedo, que pasé días de una agonía interna casi imposible de disimular y estirando al máximo los segundos, los minutos, las horas. Lloré cuando tuve que abandonar mi familia y amigos pero tenía esperanza en lo que habría al otro lado.
Tras un viaje accidentado, con un percance el metro de Madrid, un despertador que no sonó, unos kilos de más en la maleta, un retraso de dos horas y un inglés sentado detrás de mí que no paraba de hablar a gritos con sus amigos y de darme cabezazos en el asiento, de repente miré tras la ventanilla y vi cómo toda la nieve cogía forma de ciudad y unos edificios que jamás había visto ni imaginado se abrieron ante mí. Aterrizamos y, de repente, todo era diferente. Antes no había visto nieve en mi vida.