El
día que todos descubrimos que al Joker no le gustan las piñas hacía mucho frío,
más de lo habitual. El cinco de enero de 2015, en la Cárcel de Alhaurín de la
Torre, todos los presos estábamos en el patio, charlando. Algunos jugaban unos
leoncitos en la portería pintada en la pared del fondo con el balón que un día
unos niños extraviaron al embarcarlo dentro de la propiedad, otros fumaban en
una esquina escudriñando el horizonte, intentando encontrar una manera de salir
de aquí física o mentalmente, o alguna esperanza para aguantar un día más, o un
milagro; algo, en definitiva. El resto, los que éramos demasiado viejos para
algo así, preferíamos estar sentados y charlar.
El
Joker, don Javier de Santamaría González, uno de nuestros veteranos, estaba a
tan solo dos meses de la ansiada libertad y, obviamente, el tema central de
conversación era su inminente salida y de los proyectos de futuro que podría
tener.